Quizá sea lo más obvio del mundo, pero para mí es una novedad.
Encontramos berlines en Colombia.
Oleosamente fritos, pecaminosamente manjarosos… y con queso.
Caminando por las calles de Cartagena de Indias, hete aquí que en una esquina habían berlines. Muchos berlines.
Todos con manjar.
Todos con un trocito de queso.
Decidimos investigar y compramos uno. COP 1.000 que equivalen grosso modo a CLP 250.
El queso se ve sospechoso en su exigüidad.
Cierto fue. El queso es sólo un elemento decorativo que contrasta interesantemente con el dulzor del berlín.
Queso aparte, estaba muy bueno. Comparable a los buenos berlines chilenos, pero –eso sí– nada se compara con los de crema pastelera.