El espíritu original de la invención de John Montagu, IV Conde de Sandwich, era poder pasar largas horas en la mesa de juegos (o en materias de estado, según su biógrafo oficial) sin levantarse a comer.
Los tiempos han cambiado.
Con los tiempos que corren, en que abundancia se asocia a calidad, y en que la proteína reina suprema, se ha perdido de vista el asunto de la manuabilidad del sandwich.
Eso nos obliga a usar cuchillo y tenedor, y hace que los huesos de John Montagu se revuelquen en su cripta.
Sin contar que cuando se come con la mano, uno se ensucia bastante con tanto jugo y salsa, y hay que levantarse al baño a darse una ducha.
Creo que la idea de tan noble caballero iba para evitar esas largas comidas que se daban en la antigüedad, mantel largo, varios platos, mozos, y largas horas de comida. En la actualidad, eso se ha transformado en fast-food. Un Montagu moderno no habría inventado nada.
He discutido largamente esta semana si el sándwich tiene sentido como gastronomía o si eso no desfigura su talante portátil e improvisado.
Creo que el fonema “sánguche” alude justamente a la adopción criolla y popular del bocadillo del Conde en cuestión. A diferencia del noble, el viandante necesita reponer calorías para una tarde de trabajo manual y esfuerzo físico, y el mercado le provee estas verdaderas torres de calorías, enjundia y placer. Por tanto, se está aludiendo a dos maneras distintas de preparar y comer el emparedado cuando se dice “sandwich” o “sánguche”.