No nos estamos refiriendo al “yogurt de pajaritos” o Kefir, sino al yogurt “común y corriente”.
El yogurt nos acompaña desde hace mucho, y no es sino leche infectada con bacterias. Yum. No cualquier bacteria, eso sí.
La tradición persa sostiene que Abraham le debió su longevidad y fecundidad a la ingestión de yogurt. ¿Fecundidad? tuvo sólo dos hijos. En fin…
A Dmitri Mendelevév, descubridor (o inventor) de la tabla periódica, le dio con que consumiendo yogurt iba a llegar a centenario. Se murió como a los 72 años de edad.
Lo importante es que el yogurt es rico. 🙂
Prepararlo es muy fácil.
Sólo necesitamos leche entera, y un poco de yogurt natural que tenga las bacterias vivas.
El procedimiento es el siguiente:
Calentemos un litro de leche entera casi hasta que hierva, sin dejarlo hervir.
- Luego dejémoslo enfriar hasta que esté tibio (unos 40ºC). Podemos probar la temperatura con el codo, siempre y cuando tengamos el codo limpio.
- Mezclemos 2 cucharadas soperas de yogurt con la leche y dejémoslo reposar unas 6 horas en un lugar tibio.
- Después de las seis horas vamos probando el yogurt formado para determinar un grado de acidez que nos sea agradable. A mayor tiempo de fermentación, mayor acidez.
La primera parte, que es el calentamiento de la leche, se lleva a cabo para matar cualquier bacteria presente en ésta, y para desnaturalizar las proteínas, de forma tal que en vez de que quede un yogurt grumoso, quede un yogurt homogéneo.
Luego, dejamos enfriar para que las bacterias que añadiremos no se mueran, y el resto es tiempo.
Sus aplicaciones son legión.